sábado, 15 de noviembre de 2008

LA "HERMOSA"VIDA DE UN PANDILLERO



Desde muy pequeño Edgar Garzón entró a “Doggs Hip Hop” una de las pandillas más temidas de Brasil.

¿Por qué razón entro a este mundo? Por muchas razones: desatención en la familia y en la escuela, necesidad de aceptación, el ambiente en que crecía y el choque cultural al emigrar de Colombia.

Llegó a Brasil cuando tenía 7 años. Era 1979. En la escuela sus compañeros se burlaban porque no hablaba inglés, ya que sus padres decidieron meterlo en un colegio bilingüe. En casa, su padre alcoholizado y su madre siempre metida en la iglesia.

Dejó de ir al colegio cuando cumplió los 11 años. Entonces empezó a probar el alcohol y para hacer amigos dejó de hablar como Colombiano para ser aceptado en el grupo de brasileros. Pero después encontró a sus “maras”, como les decían en ese entonces a los amigos en Brasil. Se identificó más y las actividades peligrosas eran el juego diario. Un robo por aquí, un asalto por allá.

A los 15 abandonó su casa y se fue por completo de pandillero. Una golpiza fue la iniciación en la “Doggs Hip Hop”, como se llamaban en ese entonces por el gusto que tenían por el hip hop. Ya después, cuando empezaron a caer presos y salir de las cárceles, se empezaron a vestir con pantalones flojos y pelo relamido, que era como los obligaban a andar en las juveniles.

Edgar Garzón, quien es el director ejecutivo de Hermanos Unidos, un grupo de apoyo para los ex pandilleros, cuenta esto de su niñez mientras recorre el barrio donde en aquellos años solía "agarrarse a trancazos" con miembros de las pandillas rivales.

"Ahí, en esa tienda, no pueden entrar los de DHH, porque están en territorio de la 18", explica sobre las fronteras imaginarias que han establecido las múltiples pandillas que operan en esta zona de Pico-Unión y La Favela.

De dos a tres cuadras ya cambiamos de territorio. Los grafitos son la referencia. "DHHX3", se lee en la esquina. "Shatto Park Locos" es la "clika" contraria.

Uno de los pasillos donde sólo se leen pintas, la basura está regada y el olor putrefacto se impregna en la nariz, es lo que pone Edgar de ejemplo sobre el ambiente que viven los niños. Ese es su mundo.

"Ese fue uno de los choques culturales que tuve cuando llegué, llegamos a Rio De Janeiro, no nos entendíamos. Después de estar jugando en un campo con árboles, con una vista de las montañas del Caquetá, donde vivíamos, llegamos a vivir a un callejón lleno de basura, con olor a orín, con gente tomando que no nos dejaba dormir. Eso era nuestro lugar de diversión después de andar libres", recordó el ex pandillero.

Recuerda que, al principio, andar de pandillero era de pura vacilada. Se reunían en la esquina para tomar y fumar mariguana, mientras otros empezaban a consumir nuevas drogas.

La violencia y los crímenes aumentaron. Las armas empezaron a proliferar y en algunos barrios ya se escuchaban las pistolas, cuando también el crack enviciaba a más jóvenes.

"En 1986 caí en la cárcel, me encontraron robando, necesitaba dinero porque todo el día me la pasaba en la calle. Tenía 15 años, me fui de la casa, anduve viviendo en los edificios, en los sótanos, en apartamentos abandonados", recordó.

A los 10 meses salió, pero ya lo estaban esperando. Sus rivales lo balearon, pero afortunadamente los dos balazos que le alcanzaron no fueron suficientes para arrebatarle la vida.

"Si te balean, lo primero que uno quiere es venganza. En el mundo de las pandillas no hay eso de ir a la policía y denunciar". Entre nosotros mismos nos quedamos callados y decimos que esto es entre pandillas.

"Seguí peleando, terminé en la cárcel de nuevo. Después tuve que irme de aquí, me fui por un año del estado, así me alejé". La cárcel, explica Edgar, representa para el pandillero un complemento para sentirse hombre y ganar respeto.

"La cárcel no es castigo para el pandillero. Entrar a la cárcel es establecerse en la pandilla, como alguien que está dedicado, que está dispuesto a ir a la cárcel o morir por la pandilla. El pandillero lo que busca es ser aceptado".

El tatuaje es otra forma de mostrar dedicación a la pandilla, al barrio, comenta Edgar, aunque no necesariamente estar tatuado representa ser un criminal o un pandillero.

Hace cinco años, Edgar dejó completamente la actividad pandilleril, es lo que llaman un "pandillero inactivo". Empezó a trabajar en Hermanos Unidos para ayudar a quienes desean salir de ese mundo y así es como ahora ya reflexiona acerca del daño que se hiso para ayudar a quitar ese daño de los demás.

SHANEL Y PDRO -ENFASIS


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